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viernes, 14 de junio de 2013

La hoja en blanco


Cuando me dispuse a escribir esta entrada, lo primero que hice fue abrir un documento de Word nuevo, lo mire fijamente, ahí estaba esta hoja digital completamente blanca con su márgenes y sus cosas, muy radiante ella, y la miré un poco más, luego miré el techo, y de nuevo la hoja, luego miré el piso, y de nuevo la hoja. Cuando había hecho esta misma rutina un par de veces, caí en cuenta del pánico que una mera hoja puede causar. O sea, piensa en el momento en el que te entregan un certamen y estás ahí 20 minutos, sólo mirando la hoja en blanco, sin nada más que tu nombre, prácticamente vacía, uno se llena de terror viendo que pasan y pasan los minutos y esa hojita sigue vacía. O cuando tienes que escribir un ensayo, y tienes sólo tu nombre (o si tienes suerte, el membrete de algo), te empiezas a cuestionar si el tamaño carta siempre ha sido tan largo y revisas todo para asegurarte que no sea oficio, sólo para sufrir dándote cuenta que la tontería está bien configurada. Y peor aún, si quieres decir algo y no sabes cómo ponerlo en papel, ahí estará la hoja blanca, impoluta, mirándote de vuelta, como diciéndote lo perdedor que eres por no poder llenarla.

Pero es que esa hoja es heavy, la tonterita vale como $10 cada una y aún así la desgraciada consigue meterse en tu mente, para que sólo veas la hoja en blanco, burlándose de ti. Y juega con tu cabecita y hace que uno se ponga en duda y se ponga a pensar: “¿pero cómo no voy a poder llenar un hoja, si no es tan difícil, cualquiera podría hacerlo, pero entonces por qué yo no? ¿Seré tonto(a)? ¿Tendré algún problema? Pero, si no puedo hacer algo tan simple como llenar una hoja en blanco, ¿cómo voy a poder con la vida? Así nunca voy a poder pasar mis certámenes, aprobar mis ramos, hacer mi tesis, me van a echar de la universidad, y no voy a tener trabajo, y nunca voy a cumplir mis sueños, y voy a terminar bajo un puente, y, y ,y…” ¡Paf! ¡Caldo de sesos desparramado por las paredes! Y todo eso por una simple y blanca hoja.

Pero ya, mejor vamos a ser positivos, digamos que tienes tu hoja vacía y de repente se te ilumina la ampolleta y el hámster de tu cabecita se pone a correr en su rueda, entonces se te ocurre la mejor idea de la vida y el universo, una que jamás podría ser superada por nada, entonces, con toda la satisfacción del mundo, la escribes o la tipeas, y miras orgullosa el resultado, sólo hasta que te das cuenta que tu maravillosa idea no ocupa más que 2 líneas, así que estamos como al principio. Pero aquí aparece la genialidad humana (sí, claro) y sale en nuestra defensa con todo un arsenal de palabras complejas y extra largas que por lo general terminan en –mente (comúnmente, generalmente, anteriormente, etc, etc.) y frases que no aportan nada al contenido, pero pucha que hacen espacio, y hacen que el texto suene como sofisticado, porque en vez de decir “en estudios anteriores”, uno le pone “en estudios realizados previamente” y ya se cree científico total. Y así va creciendo nuestro texto y va desapareciendo el blancor de la hoja, pero siempre están las típicas 3 o 4 líneas pesaditas que no se quieren rellenar, así que ¿qué hacemos? Aplicamos sangrías, interlineados, espacios entre párrafos, agrandamos los márgenes, todo eso, hasta que Ta-dá. ¡Finalmente hemos vencido a la terrorífica hoja blanca!

#fueradeservicio


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