A medida que mis años en la universidad fueron aumentando y el olor a mechón me comenzó a provocar más nostalgia, fue cada vez más común escuchar de parte de mis amigos y cercanos, frases como “Qué ganas de cerrar los ojos y tener la tesis lista!” o “Quiero salir luego!”, “Estoy chat@ de estudiar” y otras afines. Pero a pesar de que incluso la familia presionaba para terminar luego, yo siempre lo vi de una forma diferente. Para mi estar estudiando en la universidad fue lo más parecido al paraíso.
Es cierto que estás constantemente sometido a estrés (algunos rara vez duermen), clases temprano y a veces hasta muy tarde, profes que muchas veces no te gustan, certámenes asesinos, trabajos y miles de tareas que parecen tan imposibles de realizar, que desearías tener acceso a la habitación del tiempo de Dragon Ball.
Puede sonar súper ñoño, pero siempre me ha gustado estudiar. Además, el entrar a la universidad, fue la llave de mi libertad. Al no tener que vivir más con mis papás, el libre albedrío se transformó en mi copiloto. No es que carreteara de lunes a domingo (bueno en alguna época así fue) pero poder tomar mis decisiones fue lo máximo.
El tiempo pasa demasiado rápido: 6 años (+Bonus) se hacen nada realmente, cuando de pronto Paff!! título Paff!! Y se acabó. Pareciera que tengo que dejar de usar zapatillas, vestirme de colores sobrios y gastar una millonada en micro. Abundaron las celebraciones por tener el esperado título, aunque en realidad yo no sentí nada especial, me siento la misma persona de siempre. Quizás porque no me gustó mucho mi carrera.
A donde sea que vaya, el tema recurrente es qué haré con mi vida y la verdad todos lo preguntan tanto que me ahoga y ni siquiera me doy el tiempo para pensarlo bien. Incluso alguna gente pregunta si me casaré. Parece que todos estuvieran más pendientes de mi salida de la U que yo. Muchos, como varios de mis amigos, deben tener clarísimo qué harán con su vida, pero creo que otros se sentirán parecido a mi. Mi mamá me mandó al psicólogo y él me dijo que tenía miedo a crecer. ¿Es eso? Pero siempre he estado creciendo… Entonces? Quizás no quiero rendirme a la rutina de la vida: naces, creces, trabajas, mueres.
Los amigos se dispersan cada uno en su rumbo y ya no es tan fácil juntarse con ellos un miércoles en la tarde a tomarse una cerveza, ahora las juntas son cada vez más lejanas y los que consiguieron trabajo primero, llegan en auto y pagan la cuenta. La relación tampoco es la misma, porque si estudiaron lo mismo, todos pasan a ser “competencia” y comienzas a encontrarte con ellos en las entrevistas de trabajo. Y el mundo se encarga de hacer justicia de extraña forma: muchas veces los primeros en obtener trabajo son los compañeros más mediocres y malas personas, sí, esos que te copiaban la tarea, no cumplían nunca en los trabajos grupales o hablaban mal de los demás. En vista de que el trabajo no sobra y ya que necesito dinero para sobrevivir, no me ha quedado más que encomendarme secretamente a Odín, Jesús, Ganesha, Ilúvatar y a quién sea para ojalá encontrar algo bueno.
Quizás es hora de que deje mi confort-zone y salga a vivir la vida como todos los mortales. Como leí por ahí en esos tweets filosóficos que aunque parezcan cliché al final tienen razón: “La gente que no toma decisiones está en lugares donde no quiere estar”. Y si yo no quiero ser otro empresaurio más de este mundo y hacer algo bueno en él, más vale que me pare de este cómodo sofá, guarde mi tiempo de U como un lindo recuerdo y me disponga a crecer de una buena vez.
#pantostado
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