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domingo, 28 de julio de 2013

El encierro [Colaboración]




Hank, pronunciando ladridos un tanto anormales, se acercó a su mujer, y dijo en voz medianamente audible: 


- Nena, ¿por qué me tratas de encerrar?


- ¿Encerrar? –Contestó ella-, pero si llevas las únicas llaves en tus bolsillos.


- No, no, sabes bien que no me refiero a eso. Hablo de tus palabras, tus movimientos, de tus acciones, de tus caricias, de tus halagos, de tus torpezas, de tus auxilios, de tu mirada. 


- ¿A qué te refieres Hank?


- Preciosa, lo sabes bien, es premeditado. Crees que no lo buscas pero es tu naturaleza, hueles a eso, sabes a eso. Lo intuí desde el momento en que en mi cama descansabas, pero quise, en aquel instante, que mis aciertos fueran errores. Para ello cerré los ojos, pero al abrir cada uno, tu voz seguía ahí.  


- Cada día estás más viejo, se nota en tu pobre forma de hacerte entender. 


- Te equivocas nena, sólo recuerda. Tu mente es frágil pero tu corazón es fuerte, él no olvidaría ninguna cara, ni por fea que fuese, ni por lo grotesco de sus mejillas ensangrentadas. Es por ello que aún regresas a casa, es por tu sólido corazón que replicas el camino hacia mí. Me tienes encerrado, atrapado en algo que no puedo ser. Un concepto, un significado, un sinónimo, un sintagma, una frase, un adjetivo, un pluralismo, una ideología, un partido, un nombre, un hombre. ¿Crees que es bueno convertir a alguien en eso? Lucho día tras día para que la prensa, las gentes, yo y la fama no deformen los restos que me quedan de piel, para que los buitres no reduzcan mi cadáver, aún tibio, a conmemorativos titulares. Y tú, con tu hermosa boca, con tus suaves labios, con tus pesados muslos, y tu horrible tono de voz, llegas y me encierras de por vida en un inútil nombre, ¡qué soy para ti!, ¡Dime!, ¡Qué soy para ti! ¿Comprendes mi encierro ahora?

Con vista hacia el frente y sin advertir el chillido de las ollas, la mujer huyó desconcertada a pasos que entre segundos mejoraban su velocidad. La puerta no tuvo la fuerza para cerrarse, aunque mientras Hank buscaba su cigarrera, el viento de un empujón puso el cerrojo en su lugar. Volviendo a hurgar en los bolsillos de su gabán, el codiciado vicio no tardó en aparecer. Con un poco de tabaco envuelto en papel fino y encendido, inspiró como si lo quisiese tragar todo de una vez. Al mismo tiempo su uña asfixiaba la tapa atascada de una cerveza, que por su poca distancia con otras quince vacías, de vez en cuando, interrumpía su silencio. Hank susurró un par de hechizos sin gran sentido del humor, y mientras reía de su blasfemia, reiteraba su conclusión.


-Tú, ¿Comprendes mi encierro ahora? 

#colaboración S. Luengo

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