“Le dijeron que se suba a la avioneta, que tenían que hablar
con él en la fiscalía. Estaba atardeciendo el 16 de septiembre de 1973, cuando
subieron al joven de 24 años al avión, con una profesora y dos hombres más.
Trabajaba como administrador de fundo hace dos años, allá en el sur, justo al
lado de la cordillera, educado en una
escuela agrícola, niño de su casa, nunca pensó lo que podía pasar.
Ya en el aire, rumbo a la ciudad, la profesora rompe en
llanto, teme por su vida, es sólo entonces que el joven empieza a sospechar lo
que esto podía significar. No todas las noticias llegan hasta allá, sólo lo
oficial, lo que el régimen en turno quiere que sepan, pero los rumores y el
miedo se esparcen rápido.
Ya en la loza del aeropuerto, los llevan a todos a un
regimiento, la profesora tuvo suerte, un milico amigo se la llevó a su casa,
los tres hombres no tienen la misma suerte, se los llevan a cada uno por lados
distintos. Sin decir nada, sin preguntar nada, al joven le amarran las manos
detrás de la espalda con cáñamo, y empiezan los golpes, le preguntaban por su
equipo de radio, no le creían que era solo del trabajo, que como tenía apellido
raro tenía que andar metido en algo más, que andaba cruzando gente hacia
Argentina le decían, pero él no aceptaba nada, no tenía nada que aceptar.
Lo sacaron de allí en la madrugada, se lo llevaron ahora a
una comisaría, lo hicieron pasar por un pasillo a oscuras, donde estuvieron
golpéandolo por un día entero, mientras seguían las acusaciones, hasta que a
uno se le pasó la mano y le partió la cabeza de un culatazo, no lo tomaron en
cuenta, hasta que un charco de sangre se empezó a formar a su alrededor. Se lo
llevaron al hospital, tenía un TEC abierto, pero no es suficiente como para
dejarlo tranquilo, una vez que lo trató el médico, se lo llevaron de vuelta a
la comisaría, lo metieron en un calabozo pequeño con quince personas más, era
buena gente, le tuvieron consideración por ser el más lastimado. Pero no
quienes lo interrogaron, mientras insistían en que delatara a su familia, a sus
amigos, a sus compañeros de trabajo, le hacían el “submarino” y le aplicaban
golpes de corriente, pero luego de dos o tres días (el tiempo se pierde allá
adentro) él seguía sin delatar a nadie.
Desesperados porque no decía nada y porque se les acababan
los argumentos para retenerlo, volvieron a trasladarlo, todo machucado, a
investigaciones, donde otros detenidos le dieron de comer pickles, su primera
comida desde que lo sacaron del fundo en la cordillera, la gente intentaba
ayudarse entre sí, compartían lo poco y nada que tenía, era la solidaridad de
los que ya no tienen miedo de morir.
Había gente que lo conocía allá, unos cuantos detectives que
lo habían visto antes, que sabían que él no debía estar ahí, lo llevaron a un
calabozo donde había gente que ya había sido interrogada, para que no
intentaran repasarlo o para que no se lo llevaran en la noche, como a tantos
otros que habían subido a unas camionetas, sin que nunca nadie volviera a saber
de ellos. El calabozo era más grande esta vez, pero tenía una corriente de
aire, que le significó una neumonía. Como estaba enfermo, adolorido y
malherido, sus compañeros tuvieron compasión por él, juntaron unas frazadas en
el piso, lo tendieron ahí, uno de ellos le apoyó la cabeza y le dió a beber
agua, que habían juntado por ahí...”
Aquí se quebró mi padre y fue incapaz de terminar su
historia. Como se imaginan, él sobrevivió, gracias a la neumonía de hecho, por
eso puedo contar parte de su vivencia aquí.
Por mucho que digan que luego de 40 años, ya deberíamos
dejar ir lo que pasó, que hay que perdonar para poder avanzar, aún hay heridas
que siguen abiertas y que aún luego de 40 años siguen sin sanar.
#fueradeservicio
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