Nací en la
segunda mitad del ’89. Lo que quiere decir que me concibieron en dictadura,
pero nací en democracia. Hijo de padre alcohólico y madre trabajadora, ambos;
políticamente inactivos, hijos de su tiempo, acostumbrados a sus familias y, al
menos una parte (mi madre) hizo lo que mejor sabía y podía haber hecho: dar su
vida por su familia, vivir como lo hacen todos los que no tienen apellido de
tienda, banco, trasnacional o senador.
Soy parte de
la primera generación que no tendría en su mente la imagen vivencial de que a
clases se iba con un militar en la sala, ni que a las 6 de la tarde te entrabas
o te entraban (balas), ni tampoco imaginaría por mí mismo hacer colas por
comida más que en la escuela a la hora del almuerzo o al desayuno que el Estado
me proveía, comiendo sin miedo. Ni con el temor de llegar a la casa y que nadie
estuviera allí y nunca saber dónde se encontraban.
Soy un hijo de
democracia, uno de los tantos que creímos nacer mejor, nacer más libres, nacer
pensantes. Ahora tengo 24 años y hace 40 a un viejito de gafas chistosas se le
ocurrió volar lo que para muchos era un gobierno y para otros una desgracia.
Nunca he
sabido qué se sintió todo aquello, y espero nunca saberlo, solo tengo mis
recuerdos y las historias que me han contado, de las cuales he creído más las
que mi propia familia me ha entregado. Uno de mis abuelos era militar, murió
antes del golpe, y según me cuentan hubiera muerto también después de éste,
decía que sus superiores estaban locos y los mataría si algo pasaba. No dudo
que lo intentase, practicaba a diario con mi abuela. El otro de mis abuelos era
bombero de espíritu, y parte de la marina según uno de sus uniformes, nunca
llegué a conocerlo mucho ni muy bien, pero sé el cariño que me guardaba y pude
ver siempre en él la expresión de un pasado agreste y la esperanza de un futuro
mejor para sus nietos.
Son 40 años de
una dictadura que no conocí, 40 años de una dictadura que no tuvo desaparecidos
para mí, 40 años que lamento que existieran en mi país (a pesar de mi falta de
patriotismo)… son 40 años que temo vuelvan a aparecer en el futuro, 40 años que
no puedo recordar, pero que no quiero vivir, y que veo se enciman a una
sociedad que parece guardarlos en una caja de zapatos amarrada con una cinta
roja, bajo la cama, junto a la libreta de matrimonio, los diarios de vida de
juventud y las cartas de los ex.
Y entonces
enciendo el televisor como lo hacen otros 16 millones de personas en este país:
Me informo de
la guerra en otras naciones, veo cómo intentan venderme algo que nunca había
visto ni necesité hasta después del comercial. En las noticias insisten en que
todo el país se reduce a la capital.
Por todos
lados dicen que todo anda bien. Menos en tu bolsillo y en tu vida que parece la
escena de una obra de Ionesco.
Intentas hacer
las cosas bien y te das de golpe con una sociedad a la que no le interesas y a
ti tampoco te prende mucho. Y recuerdas a Bukowski “-¿Cuánta mierda tiene que
aguantar un hombre para vivir? –Mucha… -Y más!”.
Y finalmente,
veo al novel de la paz queriendo bombardear otro país por la inseguridad que le
provoca verle acabar con un golpe de Estado… son 40 años y todavía está vivo el
señor de las gafas chistosas, solo que ahora cruzó la acera. La dictadura no
acaba, se acaban las personas y nace el olvido y los petitorios extraños.
No oremos por
la paz, no pidamos tolerancia, no veas las posibilidades diplomáticas… yo solo
quiero tranquilidad, quiero expresarme sin preocupaciones, sin pensar que me
llegará un tiro por abrir la boca (o una bomba nuclear) o no me contratarán en
un puesto X, no quiero quedar bien con nadie más que conmigo mismo, y que la
gente sea capaz de enfadarse sin necesidad de insultar o matar al otro para que
cierre el pico.
Nací en
democracia, pero vivo en tele mercado. Nada que olvidar, mucho se ha olvidado
ya.
#destapacañostropical
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