Polo acaba de nacer, 11 de septiembre de 2013,
bajo el signo de virgo y debe considerarse afortunado de no haber llamado
Rolando u Orlando, no tiene idea de nada, sus manitas aprietan y sueltan sin
fuerza aparente y bebe leche ya por segunda vez, ya parece haberse acostumbrado
a este mundo. En la radio suena Love me
do y afuera llueve que duele, las noticias hacen gárgaras con palabras
escogidas con pinzas para ponerlas de moda este año, Polo se atora un poco y
tose, la madre lo mira y se despreocupa al ver su cara calma de nuevo. Ojos
grices, pañales de la talla equivocada y 3 kilos con 100 gramos y una huincha
celeste en su muñeca se deja entrever por la manta roja, Polo no tiene nombre,
pero Polo le dirán 40 años más tarde, cuando cumpla el cuarteto y ya hayan
pasado 80 años, uff, “las pocas personas que he visto de 80 años no se ven nada
de bien”, pensará cuando sople la parafina con forma numeral.
Polo duerme junto a su madre y afuera las
calles están vacías, un estado de sitio que pasa desapercibido camuflado por
los comerciantes preocupados que despachan temprano a sus trabajadores, junto
con un gobierno que manda a todos a sus casas y no salir de ellas parece ser
una pésima estrategia para la memoria, “no salgan de sus casas, estén con sus
seres más queridos” se escucha en las radios a pilas que prueban en los barrios
(por si acaso), pareciera que quieren invertir los papeles y ser los héroes esta
vez, ¿no será demasiado tarde?
Yo tenía 23 años cuando nació Polo, mi compañera
aferrada a mi brazo y cargando una vela cuidando que no se apagara, caminábamos
por el recuerdo, el recuerdo mío, el recuerdo tuyo, y el recuerdo de todos, un
post-it vivo que bailaba con el viento y se apagaba con las ráfagas, una nota
mental que se acomodó frente a la catedral donde alguien había lamentado alguna
vez justicia y verdad para sus hijos, recordé a Polo, él era un hijo, yo era un
hijo, todos somos hijos, ellos y nosotros somos hijos, recordé con mal sabor de
boca la palabra empatía y cubrí de esperma el cemento y posé una vela blanca
sobre ella, antigua técnica para la adherencia de velas en superficies
pertinentes. Una señora se acerca y me consulta qué está sucediendo, me reclama
que soy demasiado joven, que no tengo idea de nada, que yo no estaba vivo, me
mira con desprecio y me escupe en la cara, se va, quizás huye y me deja con las
respuestas en la garganta, atragantado me limpio la cara y pienso que al final,
al final nada.
Polo cumplía 40 años, y se levantaba como un
Cristo que dividía por la mitad los ya 80 años del golpe militar acaecido en su
país en el 73’, que lejano número decía, mientras encendía la vela y la posaba
en el mismo lugar donde yo había dejado la mía 40 años antes, estaba acompañado
por un par de personas, algunos pasaban y no entendían mucho lo que estaba
pasando. Gotas de agua empezaron a apagar las velas y Polo recordó que llovía
hace 40 años, tuvo nostalgia, bella profecía se dijo. Esta vez ya nadie se
acercó a reprochar nada.
PS: Vergüenza me daría haber formado parte de la dictadura, pero más vergüenza me daría no recordarlo como lo que fue.
#lalombrizsolitaria
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