Estábamos los dos sentados. Comiendo,
conversando, tomando, riendo. De pronto, por casualidad mencioné a tu padre y
te pusiste a llorar. Llorabas como un chiquillo. ¡Imagínate, tú como un
chiquillo!, si eres un hombre de una brutalidad bestial. Pero no llorabas por
no haber presenciado el momento exacto de la muerte de tu padre. No, no
llorabas por todos esos funerales a los que asististe a posteriori, y que “psicomágicamente” enterraste a tu Viejo.
Llorabas por esa parte de tu alma que incendiaste (o bombardeaste) después del
73. Alma que a costa de clandestinidad, corridas por los cerros de Valparaíso y
eternas comidas a base de carne de soya, logró sobrevivir a los tanques, los
golpes, la sangre, el sudor, los alambres de púas, y al golpe que le dio el país
a su Estado.
Te ofrecí un pañuelo, pero no quisiste secar
tus lágrimas. Por el contrario, dejaste que toda el agua de tu cuerpo se
derramara por el torrente de tus ojos. Nunca vi tus ojos tan puros y tan
inflamados de demencia, como esa noche.
Entre
sollozos me hablaste de algunos compañeros, detenidos, desaparecidos,
masacrados. Me hablaste de una compañera con la que pintabas los murales del
Frente en la Victoria, de tu madre esperándolos a todos con pan y margarina, y
de las armas e instrucción militar que recibiste. Yo insistí con el pañuelo
pero lo volviste a rechazar. Tomaste un sorbo más de vino y me dijiste con la
voz más clara que te había oído nunca: “¿Dónde habré dejado esas venas de
guerrillero?, yo no quiero conmemorar. Esta fecha no es para conmemorar nada,
¡por la cresta!. Los muertos ya no están, los desaparecidos se transformaron en
recordados, y mal que mal el país ya se vendió. ¿Dónde cresta nos estrellaron
las almas?, ¿dónde fue que nos incendiaron los corazones?”. Te enojaste, frunciste
la frente, hiciste uno de tus clásicos ruiditos involuntarios (esos que te
hacen sonar los dientes al apretarlos) y tomaste otro sorbo de vino. Cogiste tu
sombrero importado y te fuiste al patio. Debajo de un cielo con nubes de
primavera, me dijiste: “ El 73 no sólo mató a mi padre. Los milicos y la
hipocresía (que sigue vigente) mataron a un país que si se atrevía a soñar.
Ahora nos volvimos grises. Ahora mi Viejo ya no está. Tal vez eso aún me da
infinita tristeza”. Pensé en abrazarte, pero en vez de eso me limité a servirte
un poco más de vino.
#supropinaesmisueldo
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