Cuando iba en la básica, un inspector vino a la sala,
estábamos en castellano (caída de pasaporte mode on) y él se ofreció a
entregarnos una técnica para poder mejorar nuestra ortografía a través de la
comparación, el profe Juan nos dijo que si teníamos la duda de cómo se escribía
una palabra, podíamos escribirla varias veces de diferentes maneras, y la que
nos pareciera más linda era la correcta. En efecto escribió la misma palabra
dos veces una mal y otra bien, y justamente la correcta era la más bonita y la
incorrecta era la más fea. Nosotros podemos hacer el experimento, lo haremos
con una palabra común para que sea más evidente. Por ejemplo tenemos la palabra
cueyo, la cual es mucho más fea a la palabra cuello, [cueyo-cuello],
efectivamente una parece más fea que la otra.
Veamos por un momento cuál podría ser la causa de este
útil fenómeno. De partida hay que poner de manifiesto que la belleza es por
definición una cuestión subjetiva, se puede decir que la belleza tiene que ver
con la simetría y esas cosas, pero en gustos no hay nada escrito lo sé, había
un compadre al que le gusta su perro y era de lo más normal, entonces ¿cómo es
posible que podamos encontrar una palabra bonita? Me atrevo a decir de manera
insolente que es una cuestión de costumbre. Desde que nacemos que veamos letras
y palabras por todos lados, una cosa muy distinta es leerlas, pero de que las
vemos, las vemos. Y se nos van quedando pegadas en los cuatro costados de todo
lo que se llama la mentalidad, obviamente estas palabras están bien escritas,
en la tele, en los libros que nos hacen leer (y los que leemos por cuenta
propia), en catálogos, cajas de leche
etc., tanto así que nos empezamos a acostumbrar, es como cuando vuelves a tu
hogar y encuentras que hay algo diferente pero no sabes lo que es, sabes que
hay algo diferente, te incómoda, te hace sentir fuera de lugar, para que al
final te des cuenta que falta algo. Entonces al final, si somos más estrictos,
podemos decir que en realidad no es que las palabras sean más bonitas o más
feas, sino que nos dejan fuera de lugar, porque son diferentes a como las recordamos, porque puede que no tengamos
recuerdos conscientes de las palabras, pero en realidad estamos empapados de
ellas.
Venimos con una suerte de corrector ortográfico
incorporado que debemos aprender a utilizar. Claramente lo anterior marca un
precedente, pero seamos chorizos y extrapolemos este caso a las personas,
aquellas personas que dicen que son bonitas, o que son feas, que están ready,
que son bellacos, etc. Si aplicamos el mismo principio que usamos con las
palabras, podemos empezar diciendo que aquellas personas que nos “parecen”
bonitas en realidad lo son porque tienen rasgos que se repiten en la
cotidianeidad, por ejemplo, me gustan los rulos porque es lo que más he
visto, y pongo me gustan en cursiva porque como dijimos anteriormente no es que
me gusten, sino que es a lo que estoy acostumbrado comúnmente, tal como pasa
con las palabras. Ahora, hay que hacer una aclaración, no es tan simple como
eso, quizás mucha gente llegó a estas
alturas y están argumentando que no es así etc., esto es porque esa es sólo una
parte de la psicología que hay detrás del “encontrar bonita” a una persona. A
diferencia de las palabras, nosotros tenemos lenguaje corporal e
intencionalidad ulterior en nuestro actuar, evidentemente no podemos en un
espacio como este empezar a analizar las cosas a niveles más profundos, pero
pareciera que no estaría tan equivocado si digo lo siguiente. Tanto los rasgos
físicos como rasgos psicológicos, emocionales y sociales son repetitivos y
sujetos a clasificación, es por esto que nos “acostumbramos” a ellos, nos
parece “normal” estar alrededor de ellos, nos dan seguridad, no hacen creer que
estamos en un terreno conocido, la palabra bonito aquí no tiene nada que ver
con una cuestión estética, se trata de encontrar el común denominador de
nuestras vidas.
#lalombrizsolitaria
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